7
Sobrecogido por el dolor. Así
deambula por las aceras y atraviesa las calles en medio de la ignorancia
generalizada de los viandantes, el ángel caído. Con los ojos clavados a la
tierra, con la mirada perdida y los pensamientos tan lejanos como las nubes que
allá, en el alto cielo, despiden al invierno y reciben con honores a la florida
primavera. La flor nívea del ciruelo, la perfumada y diminuta flor que adorna a
modo de diadema los cabellos de la joven núbil el día de sus esponsales. La
flor humilde y pura del almendro, la que persigue la abeja con insistencia y en
torno a la cual revolotea. La rosa del desierto y su cristales esculpidos en la
arena, labrados en ella por la mano maestra del sol abrasador. ¡Qué perdido va!
¡Y qué perdido está quien así dobla las esquinas y no alza los ojos de la
tierra que pisa, el más humano de los ángeles, el caído!
8
Una vez en ágora tomó la
palabra y se dirigió a los presentes de esta manera: “Privemos de su púlpito a
los demagogos, a los charlatanes, a los mercadores del templo, a los
vocingleros y catastrofistas, a los estafadores y a los manipuladores.
Ofrezcamos su lugar en la tribuna a los humillados, a los privados de voz y de
oportunidades de hablar, a los hombres del silencio y la meditación, a quienes
buscan remedios para aliviar el dolor de sus semejantes, a los reflexivos y a
los pensadores, a los filósofos, a quienes curan las heridas del cuerpo y del
alma, a los que confortan en la desgracia y rescatan de su ignorancia a otros, a
los que administran la extremaunción y consuelan en su agonía a los moribundos,
a quienes otorgan el perdón y se compadecen, a los que cierran los ojos de los
moribundos y dan sepultura a sus cuerpos. Privemos de su estrado a los que
ahogan, asfixian y estrangulan la fraternidad
entre los seres humanos y saquemos en hombros, y por la puerta grande, a
quienes se exprimen y trituran cada día por conseguir un mundo más justo y
solidario.
9
El coraje de vivir. Aferrarse a
la vida y no darse por vencido. Arañar el futuro, atraparlo e ir por él con
uñas y dientes, porque la vida puede ser un regalo y está ahí para abrirlo y
degustarlo. Ten coraje. No te rindas. No esperamos otra cosa de ti. Estamos
aquí para darte la mano y levantarte en la caída. Cógela y yérguete: verás qué
abrazo. Ya ves que no estás solo. Aunque a veces lo creas y no notes el aliento
nuestro que te llega. Quizás la primavera que regresa te devuelva la fuerza
para intentarlo de nuevo. Venga, vamos. ¡A qué esperas!
José Antonio Sáez Fernández.