viernes, 20 de mayo de 2016

CANTO DEL DERVICHE GIRÓVAGO.




   Eres un círculo de fuego, el círculo de fuego que se expande y que gira, la gran circunferencia rotunda y redonda que ha de girar indefinidamente. Eres la bola de fuego que asciende ante los ojos absortos que fijan el aire y los oídos que permanecen atentos a esa voz melodiosa, la que canta y seduce. Eres esa otra voz que de lo hondo surge y, en surgiendo, ha de forjarse en la garganta, adquirir allí su timbre de oro. Escucha el martillo que golpea en el yunque de la fragua tronante y advierte cómo se forja el hierro, cómo se torna moldeable y cómo el humo se desplaza en el liviano aire levitando, alzándose incorpóreo, cuan la materia se esfuma y desvanece. Eres uno con Él y el universo te convoca a su acordada música. No escuchas sino acordes y eres quien se desmaya y cayó en la desmesura, oh afortunado… Empuña la batuta y sal a cabalgar, jinete sobre rocín escuálido, señor de los espacios infinitos: dura es la piedra que hiere la frente pulida de quien no ha dormido y ha de perpetuarse en el insomnio. Danza y vuelve a girar, pues eres el trompo y los planetas que giran alrededor del un sol incandescente. Tu alma es el cristal del aire y tú, la pura transparencia. Alimenta a los pájaros que te prestan sus alas, ya que en liviandad tu ingravidez resuelves.
              
                                      
                                                                                          José Antonio Sáez Fernández.


domingo, 1 de mayo de 2016

"EL AÑO DEL ARMADILLO".




   Bajo la constelación del realismo mágico, “El año del armadillo” es un libro que integran textos de prosa poética y en verso (estos últimos intercalados en la segunda parte del poemario). Pudiéramos decir que, en su inmensa mayoría, son poemas narrativos que suenan como interminables letanías de una intensidad poco frecuente. El poeta es aquí un vidente, un visionario, el brujo de la tribu que conjura a su pueblo en la diáspora. Es la suya una voz telúrica cuya lengua sabe a barro y surge , por tanto, del centro mismo de la tierra. Una voz que se origina en la memoria común y que es colectiva. Una voz que se reconoce en otras voces: en Gabriel García Márquez, en Juan Rulfo o en el mismo César Vallejo, con quien Martín Cálix (Honduras, 1984) toma asiento en su libro.

   El año del armadillo” es una extensa crónica lírica que se reconoce en el aliento de una literatura de tradición oral, La cual no tiene por qué ser real. Sabemos en qué territorio nos ubica a través del armadillo, el animal que figura en el título, cuya carne sirve de alimento y cuyo armazón se destina, entre otras cosas, para la realización de un instrumento musical específico como es el charango: se trata del continente americano (Centroamérica y Sudamérica, principalmente) y es la voz que compendia todas las voces, todas las frustraciones, los anhelos, esperanzas y desesperanzas de este continente. Una voz que se resuelve en imágenes de muy bella factura, en alumbramientos líricos que sorprenden e impresionan por su poder evocador, por su capacidad de sugerir en cuanto expresan. Y de aquí, el recurso a lo mágico como una inmensa fuerza transmutadora de la realidad para hacerla lírica, estilizándola para crear belleza sin necesidad de ennoblecerla porque, aun en la pobreza y la desolación, la dignidad es siempre la más noble aspiración humana. Como la del salmista, o la del corro de los ancianos invidentes sentados alrededor del fuego que se dispone a contar historias, es la voz que escuchamos a través del poeta y en los textos de “El año del armadillo”. El vuelo de la imaginación individual está en comunión perfecta con la imaginación colectiva. En algunos de los textos de la primera parte hay una destinataria, un tú al que se alude a través del vocativo “querida”. En esta crónica lírica se produce la evocación de un pasado al que se regresa desde un presente de lírica desolación. Se trata, sin duda, de un éxodo comunitario que se llevó también a “ella” y no dejó tras de sí sino páramos deshabitados.

   El poeta aquí es el tejedor, quien tiene la facilidad para hilvanar el discurso como si se tratara de un extenso manto donde figuran impresos los acontecimientos relevantes de una diáspora de proporciones bíblicas que quedó grabada en el inconsciente colectivo y es, por tanto, diestro en tejer los hilos de esta crónica del ensombrecimiento llamada “El año del armadillo”. Es la suya la voz de un cronista o de un salmista, un augur, un escriba mágico, un druida o del brujo de la tribu. La voz del poeta, que se alza en el declive de una civilización y de un mundo en descomposición y desmoronamiento, clama contra lo que entiende como un suicidio colectivo en el gran cataclismo que se intuye tal una seria amenaza en el final de un tiempo sin tiempo. Hay sin duda un aliento bíblico de enorme fuerza en este éxodo que se hace lírica crónica de la devastación.

   En la segunda parte, el destinatario poético se dulcifica a través del vocativo “pequeña”, la que se ha ido, y sobre cuyos pasos vuelve el poeta en su búsqueda a través de un mundo onírico en ocasiones pleno de imágenes surrealistas. Las anáforas, los paralelismos y otras figuras de repetición suenan machaconamente en nuestros oídos, tanto como para ser retenidas como huellas impresas a fuego en nuestro inconsciente. Y ello para enlazar con esas ancianas a las que invoca el poeta, a las que conjura como a brujas destinatarias de la memoria colectiva, en la resistencia y ante una cruel devastación bélica, debido a la cual nos sitúa en un territorio devorado por un escenario casi apocalíptico. Esa “vieja”, que se convierte en interlocutora y destinataria de sus textos, es también la abuela del poeta, la “madre de mi padre”, como él mismo dice en la segunda parte del libro, ante cuya tumba evoca sus continuos y persistentes rezos. Por ello, el libro constituye un homenaje a todas las mujeres hispanoamericanas, luchadoras tenaces, forjadoras y sostenedoras de unas sociedades en lucha titánica por la supervivencia: novias, esposas, madres, hijas y abuelas.

   “El año del armadillo” es un poemario de deshabitados y para deshabitados, para errantes e hijos de la diáspora, para nosotros mismos. Un libro cuyos textos debieran leerse siempre en voz alta, pues pareciera que bajo esa concepción fueron escritos, inmersos en una antiquísima tradición literaria que nos llega quizá de Homero. Siempre nos quedarán mensajes para descodificar en este hermoso poemario de Martín Cálix pero, como él mismo dice en uno de sus textos que parafraseo: “puede que se nos haya roto el alfabeto”.      
     
Martín Cálix: El año del armadillo, Valladolid, Difácil, 2016 (XIV Premio Internacional de Poesía Martín García Ramos), 89 pp.                                                         


                                                                                            José Antonio Sáez Fernández.