domingo, 25 de octubre de 2015

EL GONDOLERO.




   Como caen las hojas doradas de los plátanos orientales alfombrando el asfalto, así cae la tarde sobre mí con esta llovizna que acaba por calar en el alma. El cielo está gris y por el Paseo de los Tristes puedes ver a algunos paseantes que arrastran su melancolía por la acera como quien soporta con resignación y dignidad lo adverso. Estás llamado a observar el vuelo lánguido de los últimos pájaros de la tarde. Estás llamado a peregrinar y elevarte al espacio con las ramas desposeídas de los chopos, pidiendo clemencia, invocando el alivio a tan pesada carga como portan y compartes con el dolor del mundo.
   Si tuvieras en tu mano el poder vengador de la espada, no la usarías porque eres el iluminado. Y si alzaras tu copa para brindar por el mañana prometedor en que esperan los desesperados, beberías a sorbos espaciados y distantes, degustando el vino oscuro con que untas tus labios. Si acaso llegaran a tu regazo los pétalos aún vibrantes de las postreras rosas del otoño, cuyo perfume aún alienta en ellos como el aroma que se esparce sin sentido, podrías rasgarte las vestiduras para invocar a los dioses y ofrendar tus horas como quien se despide del mundo que le ha sido ancho y ajeno.
   Sólo el amor nos protege del frío. Sólo el amor nos guarda de la lluvia que riega los rostros y las almas. Sólo tú me abrigas en la gélida noche del desamor del mundo. Crece el dolor como la uña torcida que hace corto y leve el paso. Y voy a tus manos en busca de la ternura y enlazo tus dedos porque sé que somos uno en la soledad y en la desesperanza de este naufragio que es vivir. Así, como las hojas, solitarias y libres en el viento que las arrastra, vamos tú y yo a la deriva de las horas, a la deriva de un mundo que camina a la deriva en esta hora de la tarde. Como aquellos que se extraviaron en la niebla, como quienes se fueron alejando torpemente y se perdieron de vista ante los ojos que los observaban, como aquellos que no buscaron el asidero entre los escombros y el engaño: nos fuimos alejando con las hojas marchitas en las tardes de otoño. Hijos de la melancolía, como un vals que se escucha a lo lejos y que sólo dos bailan al compás de las olas...
   Rema el gondolero en las aguas dormidas del canal y observa a los amantes que se juran amor eterno, mientras las mismas aguas minan los cimientos de la ciudad y sumergen bajo ellas la belleza que fue creada para un ser inmortal.


                                                                         José Antonio Sáez Fernández.



sábado, 17 de octubre de 2015

DIÁLOGOS EN LA MADRUGADA.





   En aquella ocasión me preguntaste si había aprendido algo de la vida, si la vida me había enseñado algo.Y yo te dije que la vida, ante todo, ha de vivirse. 
- ¿Cómo habría de vivirse? -incidiste-. 
- Si tienes la fortuna de poseer salud, procura conservarla, porque ella es uno de los mayores bienes que has recibido. No des por sentado que la salud es algo que te viene regalado o sobreañadido. Antes bien, estímala como una gracia que quiso darte el cielo. Si no tienes salud, lucha por ella y, si ya cuentas con ella, lo importante es que seas dueño y señor de ti mismo. Serás afortunado si la vida te lo permite y no tienes a nadie que esté por encima de ti. Mas he aquí otro aspecto esencial: sé tú el administrador de tu propio tiempo, pues nuestro tiempo es limitado y debes administrarlo a tu criterio, no al criterio de nadie o al dictado de nadie. Se trata de tu vida y créeme si te digo que es irrepetible. Con salud, y si ya eres dueño de ti y de tu tiempo, has de saber que el tiempo es más valioso que el oro: es vida por vivir. No se puede comprar el tiempo.
- Pero, la salud no siempre depende de nosotros, ni está al alcance de nuestra voluntad el decidir en toda circunstancia si ha de ser buena o mala. En cuanto a nuestra independencia y autonomía, al igual que respecto a nuestro tiempo, convendrás conmigo en que, en el camino de la vida, encontramos muchos condicionantes que pueden cambiar el rumbo de la nave.
- Así es, más has de saber que todo hombre debe luchar por eso; lo que, en definitiva, significa luchar por su libertad. Añado a todo lo anterior que la vida es también lucha por encontrar la felicidad y que cada hombre debe buscar la suya allá donde quiera que ella se encuentre. La felicidad puede que no sea más que la constatación de que vivimos de acuerdo con aquello que deseamos y estimamos como nuestro bien.
- Un hombre debe luchar en la vida por la superación de sus limitaciones y no venimos al mundo sino para hacer algo por los demás, sin esperar gratitud alguna por parte de aquellos a quienes beneficiamos con nuestras actuaciones.
- Bien has dicho ahora. Pero he de recordarte que una vida sin amor puede ser un páramo desierto. Quizás vengamos a este mundo por un imperativo genético y el amor nos depare la oportunidad de dejar tras nosotros a alguien que perpetúe nuestros genes. Esforzarte y luchar por sacar adelante a los tuyos es también un imperativo de vida. Si amas tienes que estar dispuesto a sufrir y, si traes hijos al mundo, tienes que estar dispuesto a desvivirte por ellos hasta ubicarlos en el camino de la vida para que puedan valerse por sí mismos. Busca la sabiduría y hállala tanto en los libros como en la vida misma, cultiva tu espíritu y haz fecundo tu conocimiento, pues no en vano en esto radica nuestra divergencia con las bestias. Vive de manera modesta, huye del lujo y de la ostentación y no acapares bienes que podrían constituir el sustento de tus semejantes. Mira si te conviene una vida apartada y una hacienda tan modesta como sobria.


                                                                          José Antonio Sáez Fernández.


sábado, 3 de octubre de 2015

DECIR DE MELANCÓLICOS.





   Santa Melancolía que nimbas esta tarde de otoño con la caricia delicada y el roce intuido de la muerte. Santa Compaña que me acompañas. Tú que cierras el paso de la luz y pintas de gris el cielo que lentamente se adormece ante mis ojos tristes, sal de una vez a la calle y enfréntate a las risas de los niños, a su mirar curioso y asombrado. Verás que no puedes con ellos, entenderás que tu reino no ha de tomar posesión de sus pupilas enormemente abiertas ante la sorpresa que ha de depararles su descubrimiento del mundo. Baja a la calle y ve bautizando de nuevo cada hallazgo, cada cosa en la que no reparaste hasta hoy mismo y, si acaso reparaste en ella, rebautízala; pues te toca inaugurar de nuevo la hermosura de los seres y cuanto te circunda.  
   Eres el arcángel de la melancolía y eres la rosa de púrpura en mis labios granas. Eres el polvo de oro que cae sobre Dánae desnuda. Eres la espada de fuego del ángel que guarda la entrada al Paraíso. Eres el desamor que marchita las rosas heladas en la niebla y eres también la ternura que se derrama sobre la soledad de los ancianos, insistente reloj que va marcando sus horas en la espera. Ayer te vi pasar ante mi puerta. Eras la esbelta joven de pantalones ajustados y tacones de infarto. "Ahí va la vida", pensaba yo a tu paso; y al instante te alejabas de mí enamorando el aire que se removía a tu encuentro. Eras los gozos de la vista y los largos cabellos de la noche estrellada, delicia de las formas allá en la curvatura de los trazos. Acaso no existieras. Acaso no fueras sino el espejismo de la melancolía. Acaso no te detuvieras un instante para regatear una sonrisa, un gesto de ternura, un saludo siquiera insinuado. 
   Santa Melancolía que me acercas al Día de Difuntos, haciéndome caer en la cuenta de cuantos me quisieron y me fueron abandonando en el camino. Santa reconstrucción de la memoria que arrasas el corazón y cedes su conquista a las derivación invasora de las lágrimas. Perdóname estas líneas. Perdóname si puedes perdonarme. Sé indulgente con quien se muestra ante ti como el vencido que ha de entregar sus armas, sus lugares amados y a sus gentes. Como el derrotado que ha de entregarse a sí mismo.

                                                                                        
                                                                        José Antonio Sáez Fernández.