domingo, 13 de julio de 2014

LAS MURALLAS DE JERICÓ.

  

 "Dios del ser, -dijo en voz baja, casi susurrando-, todo se derrumba ante mí", como si quisiera que nadie lo escuchase ni supiera de las más hondas preocupaciones que embargaban su alma. "Todo cae y se desmorona, hasta aquello que consideré más firme y sólido, los cimientos que me erigían sobre la tierra y mantenían incólumes tanto mis piernas como mi orgullo, las raíces más hondas de mi ser y estar en el mundo, mis más firmes convicciones... Todo se desvanece a mi alrededor, todo es caduco y perecedero, todo polvo, humo, sombra, nada".
   Y en percibiendo que así era, bajó de su pedestal, hundió sus pies en el barro que la lluvia había dejado por doquiera y se arrodilló en él. Genuflexo, reclinada su cabeza, hincó entonces sus ojos en la tierra primigenia, quiso luego tomar del mismo barro en que se hallaba inmerso y lo fue restregando contra sus mejillas, en su frente, en los brazos desnudos, sobre el pecho y el espacio de sus piernas que aún restaba por embadurnar. "Nadie hay que acuda en mi apoyo, nadie que alivie mi desazón, nadie que me regale con palabras compasivas que dulcifiquen la congoja de mi corazón. Han abandonado los pájaros el nido en que nacieron al calor de los días suaves de la primavera y del verano. Desde mi atalaya los veía ensayar el vuelo, azuzados por sus progenitores. Aprendieron a volar y se han ido, Señor, todos se han ido dejándome solo en este trance de los vencidos por el tiempo, ahora que los achaques revierten sobre mi cuerpo como la ventisca y el aguacero que asolan los sembrados. 
   Todo es invierno en mí. Todo yo, invierno. Más temprano que tarde, el hombre ha de enfrentarse solo a su destino. Y yo estoy ante ti, dios de los vencidos por el tiempo, esperando tu brazo poderoso que me eleve del barro en que voluntariamente he querido sumergirme. Pues polvo soy, tierra soy, ceniza en el viento soy; pero polvo, tierra y ceniza tuyos. Sea mi bautismo en el barro, mi resurrección desde el barro, mi aspiración de eternidad para el barro amasado con las aguas que hiciste caer desde un cielo oscurecido que hace acopio de nubes. Aquel que se hizo fue deshecho y quien se supo fue ignorado. Quien se irguió sobre el trono y quien labró con humildad la tierra para hacerla fructífera, quien tomó de los frutos para saciarse y aquel que los regó con su sudor. Así yo, dios del ser y del saber, me abandono a tu suerte con la fe del vencido que se deja hacer, ahora que es de noche y mi mirada se enturbia hasta difuminar definitivamente tu rostro sobre mi.


                                                                        José Antonio Sáez Fernández.

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