domingo, 28 de abril de 2013

SEGUNDA CARTA A ÁNGEL GARCÍA LÓPEZ.




                                          

                        Sr. D.
                        Ángel García López
                        MADRID.


  Mi querido amigo y maestro Ángel García López:

He recibido en estos días el ejemplar de Cineraria (Retratos), poemario que, con ilustraciones de Tosar Granados, te ha publicado Ediciones de Centro, en esta reducida y curiosa edición para bibliófilos. La verdad es que el sentimiento que albergué en mi interior al tener la edición entre mis manos fue ambivalente pues, por un lado, me sentía feliz al entender que tu amistad y afecto hacia mi persona han sido constantes a través de todos estos años, desde la oportunidad de nuestro conocimiento; no obstante, no pude evitar sentir, por otro lado, una cierta preocupación al pensar que esos pocos ejemplares (diez, me dices), que te fueron entregados por la editorial, debías haberlos confiado a personas más cercanas a ti y con mayores méritos que los que mi modesta amistad pudiera suponer para la estimación de tu valía poética. De todos modos, he de decirte que me sentí muy halagado con tu envío, el cual te agradezco muy sentidamente; así como esa amistad perdurable que debo sólo a la generosidad de tu corazón grande de poeta.
   Aunque ya he leído varias veces los breves textos que integran esta entrega poética, no me gustaría equivocarme respecto a las motivaciones últimas que los han originado. El título me resulta ilustrativo en relación con uno de los temas que ha venido ocupándote en estos últimos años, el cual no es otro que el de la conciencia del fin a que todos estamos convocados; si bien, aquí pareces dar un paso más al entregarnos estos cincelados versos como si fueran tus propias cenizas. Entiendo y acepto que esto es así, aunque me gustaría que fueran otras las sensaciones y emociones que albergara tu corazón y tu pensamiento: tal como la de plenitud vivida, tanto en dolor como en gozo; o la asunción armónica de nuestro desenlace final en una fusión con la naturaleza y con el universo del que formamos parte. Formamos parte, en efecto,de un ciclo, de una circunferencia que se inicia en un punto y se cierra al regresar a él. En medio dejamos obras y, sobre todo, amor, mucho amor, todo el amor que nos cupo y que llenó nuestra vida.
   Los versos de Cineraria, que has subtitulado (Retratos), son ascuas, brasas ardientes que nos queman en las manos y ciegan nuestros ojos, dardos en la diana del corazón, cenizas esparcidas al viento o sobre las aguas del mar de Cádiz, allá en tu Rota natal.
   Aun así, te persiguen quizás antiguas sombras como la del temor a que tu obra lírica no sea capaz de vencer al tiempo, y ello no tanto por la falta de merecimientos como por la miopía, la envidia y la acción alevosa de quien pudo pregonar el talento y no lo hizo o tal vez se sirvió inexplicablemente de él, apropiándoselo. Créeme si te digo que yo no albergo esas dudas ni tengo esos temores respeto a tu poesía imperecedera, pues sé a salvo tu obra de mezquindades y ruindad. No puede ocultarse el brillo del diamante y su luz deslumbra a pesar de que pudiera permanecer momentáneamente escondido. No hay forma de poner trabas o impedimentos a la evidencia, pues ésta siempre acaba abriéndose paso entre los obstáculos que se obstinan en  hacerlo.
   Son preocupaciones seguramente mal entendidas por mí, pero que me ha parecido apreciar vienen enseñoreándose de tus versos o abriéndose paso a través de ellos en tus últimas entregas. Mas yo sé que el poeta nos abre su alma como la granada muestra el dulce fruto oculto tras su envoltorio de piel dura y brillante a los ojos de quien se dispone a degustarla.
   No nos abandona tampoco, cómo podría ser de otra manera, la sensación de ir a lo esencial permanente a través de la brevedad de los textos y de la palabra cincelada, ajustada con precisión de orfebre al lugar exacto, preñada de nítida significación, abundando en una suerte de testamento poético ajustado, transmitido con una maestría métrica indiscutible y con un ritmo fulgurante. Versos de aliento epigramático, con evidente aura clásica, esculpidos con la precisión y la nobleza de nuestra hermosa lengua, una lengua que amamos y que nos sirve para hacer comunicables y compartibles las más valiosas emociones, nuestros más perdurables sentimientos vislumbrables en los límites del conocimiento humano.
   Mis efusivas felicitaciones para ti, mi admirado Ángel García López, maestro de poetas, con mi más fraterno y hondo abrazo:


                                                                     José Antonio Sáez Fernández.


Primera línea, de izquierda a derecha: Luis Jiménez Martos, José Ledesma Criado, Ángel García López, Guillermo Díaz-Plaja, Juan Pérez Creus; segunda línea: Carlos Murciano, Luis Rosales, Gerardo Diego, Juan Ruiz Peña; tercera línea: Antonio Amado, Ramón Pedrós, Jacinto López Gorgé y Francisco Salgueiro. 1975. (Foto: Cervantes Virtual).

sábado, 27 de abril de 2013

CANTO DEL ARQUERO.












Saltimbanqui, gimnasta, saltador de la comba,

atleta de equilibrios, erguido y con las piernas

abiertas, posturales, en estático y rítmico

compás de dos por cuatro. Tensa la cuerda, zambo,

echa la red al cielo y espanta las miradas

de los que han de venir por un sol de justicia.

Arquero de las nubes, estilizado duende

que llevas en los brazos el mundo por montera,

coloso del arco iris, atlante de colores;

el que avista la presa y siempre ojo avizor,

tiende el arco al azul, la flecha al cervatillo,

las trampas al bisonte o al mamut ceniciento.

Ese dios protector que, como trazo oscuro,

pintara en las paredes de la cueva sombría

aquel antepasado para invocar la caza,

sobre la cal desnuda protege a moradores,

y es Indalo o idolillo, encantador de flechas,

imán de las pupilas, los ojos al asalto.

El que al alba del mundo viera la luz naciendo

entre unas brozas secas y frota piedras blancas.

El que surgió del fuego e ilumina la tierra. 


                            José Antonio Sáez. 







sábado, 20 de abril de 2013

SEPULTURA DE LA ROSA.







  











  






En el principio, la exuberancia era la rosa                                         

que, admirable, encerrada en su óvalo,                                                  

resultó ser promesa a los sentidos.                                                          

El inicio de la rosa fueron labios                                                             

color pasión, cera humeante,                                                                  

roja frambuesa que en su latido envuelve                                             

la crisálida cerrada del enigma.                                                             

Reclamado aquel rubí,                                                                              

iba el amor abriéndose acceso entre los tallos,                                        

rosa ardiente, pura rosa de fuego,                                                          

rosa encendida o espejo de la belleza plena.                                          

Oh flor nacida para la eternidad

y, sin embargo, efímera,                   

arrobo de lujuria, lujo a los ojos,                                                            

ígnea ascua pisoteada en su rubor,                                                          

frondosidad en que los dedos con lentitud operan

entre las espinas desoladas que custodian el cáliz.                            

Mas se iba despojando de sus finos tejidos                                             

y fue pasto del aire, vela ondulante                                                       

expandiendo el perfume que con celo guardaba.                              

Nada cabía esperar contra el desgarro                                                   

de la sangrante herida: ni el viento gélido,                                              

ni el zarpazo del tigre,                                                                              

ni la piedra en la frente, el cuchillo que roza                                             

o la pasión que, rugiendo, invade la ternura.                                           

Pero la sombra llega y cierne su amenaza                                                 

ante la que se irguió contra el acabamiento.                                           

Así la rosa fue y no será inmortal.                                                       



                     José Antonio Sáez.






domingo, 7 de abril de 2013

INSCRIPCIÓN LATINA DE FILABRES.








Yo, que entregué mis días a la contemplación
e hice fecundar mi alma en la luz cenital
que abarcan al presente tus pupilas turquesa:

yazgo aquí, en fría tierra, y estercolo los lirios
que ves crecer solícito sobre el campo desnudo
de quien fue compasivo y me dio sepultura.

Mas no se aflija en nada tu corazón gozoso,
pues sabe que viví y cómo, intensamente.

José Antonio Sáez.